miércoles, 24 de octubre de 2007

De Periodista a árbitro profesional

Muchas personas me han preguntado cómo se te ocurrió ser árbitro de fútbol, si son los malos de la película, a quienes le sacan la madre a cada rato, les intentan golpear, entre muchas cosas más. Pero a pesar de esta mala imagen que tenemos, nadie se ha percatado de que nosotros somos los que decidimos cómo va ser el espectáculo, qué van a observar los amantes de este deporte. Somos el director de orquesta y decidimos que música se tocará en cada juego. A lo mejor suena un poco egocéntrico el comentario, pero es una verdad irrefutable; sin embargo, nos enseñan a nunca perder la esencia del juego y que los verdaderos dueños de la fiesta son los jugadores y no el árbitro.
Según mi madre, este gusto de ser árbitro nació años atrás, cuando estaba en tercero medio en Curicó. Un día le pregunté a ella, “mamá ¿donde deberé acudir para convertirme en árbitro?”, pensando que ella podría saberlo, ya que como niño siempre pensamos que la querida madre tiene respuesta para todo. Ella me contestó, “me imagino que habrá una asociación de árbitros”. Y esta conversación quedó ahí y no trascendió más allá. Debo reconocer que hasta el día de hoy no me acuerdo de haber tenido esa conversación con mi querida madre.
Bueno como toda historia tiene un principio, el mío comienza una tarde de agosto de 1998. Recién llevaba un semestre en Concepción, cuando un día cualquiera, mis pasos en vez de dirigirme al casino de Los Patos a comer un rico almuerzo, me dirigió al estadio de la Universidad de Concepción, donde se estaba jugando el campeonato interfacultades y esperé pacientemente a que terminara el primer tiempo del partido, para poder hablar con la terna referil.
Los esperé a salida de la cancha y veía que se acercaban lentamente al lugar donde me encontraba yo. No sabía como entablar conversación con ellos, no sabía qué preguntar y además observe que tenían cara de asustados cuando me vieron parado en el trayecto a la bodega del estadio, la cual les servía de camarín (tiempo después me comentaron que pensaba que yo les iba a reclamar por su arbitraje). Cuando ya estaban a una distancia prudente, lo primero que se me vino a la cabeza fue “oye, ¿cómo puedo ser uno de ustedes?” Ahí vi que sus caras de asustados desaparecieron por completo y se sonrieron. Los acompañé hasta su camarín donde mi futuro colega Luís Tapia me dijo que se reunían todos los miércoles a las 18:30 hrs., en el segundo piso del departamento de sistemas, que quedaba delante de la Facultad de Ingeniería, y que además, justamente, iba a comenzar en unas semanas más un nuevo curso para ser Arbitro de Fútbol. Me dejaron cordialmente invitado para que acudiera a esa cita, pues quienes realizaban esta labor eran los mismos estudiantes que jugaban el campeonato interfacultades.
Con esta información me dirigí ese día y a esa hora al lugar, por el cual había pasado miles de veces, jamás pensando en que se reunía gente a la que le gustaba arbitrar. Pensaba que eran pocos los alumnos que se dedicaban a esto, pero para mi sorpresa no lo eran. La sala estaba llena de universitarios y entre ellos estaba Luis Tapia, quien acudió a saludarme y presentarme a la directiva del CARFUC (Comité de árbitro de fútbol de Universidad de Concepción). Ahí comencé a darme cuenta de que sería nada fácil ser árbitro y que el cuento arbitral en la universidad era de verdad, en serio.
Como cuando llega un alumno nuevo a un curso, tuve que hacer mi presentación delante de todos y allí hablar de mis razones para ser árbitro. El principal argumento que señalé ese día y que mantengo en el tiempo, es que soy un futbolista frustrado y la única manera de estar dentro de una cancha de fútbol es siendo árbitro.
El curso lo dictaba don Luis Fuentes, un caballero de edad que trabajaba en el Departamento de Química, el cual me enseñó las reglas en que se basa este deporte (muchas de ellas no sabían que existían). Además, todo lo relacionado con el lenguaje no verbal y como se debe actuar en determinadas circunstancia que ocurren a largo de un partido y que son desconocidas para el aficionado común.
Así estuve en clases por tres meses, dos días a la semana, los martes y jueves desde las 18:30 hrs. hasta las 20:00 hrs.
Pero no sólo fue teórico el curso, porque al cabo de un mes, y sabiendo las reglas del fuera de juego, de las faltas y las disciplinarias, comenzamos a salir como árbitros asistentes en los encuentros de la segunda división del campeonato de interfacultades.
Así que tuve que acudir a comprar mi primer uniforme de árbitro, el consistía en una camiseta negra, un short sin bolsillos, un par de medias negras que tenían líneas blancas y por supuesto mi par de tarjetas de plástico, una amarilla y otra roja.
Mi primer partido estaba muy nervioso, porque primera vez que estaba al otro lado del evento y comenzaba mi historia como hombre negro. Mis primeras intervenciones fueron con muchas dudas, pero a larga del juego los nervios iniciales se transformaron en signos de seguridad.
Así fueron pasando los partidos y de a poco teniendo más confianza en las cosas que ejecutaba dentro del campo de juego, hasta que llegaron los encuentros en donde yo tenía que hacer la función de árbitro central. Se imaginarán que en los primeros partidos más de un condoro me mandé, pero creo que pasé la prueba con honores.
Así llegamos al año 2000 cuando me inscribí para realizar el curso de árbitro profesional que dependía de la ANFP, el cual terminé de buena manera y al año siguiente comencé a dirigir en el fútbol joven de los equipos profesionales de la zona sur (desde Chillán a Pto. Montt), el cual hasta el día de hoy sigo realizando con gran satisfacción, porque junto con arbitrar en cadetes de la sub 19, pertenezco al staff de árbitros asistentes del fútbol profesional chileno, con lo cual he cumplido unos de los sueños que tenía cuando empecé en esto: llegar, algún día, a estar presente y ser un integrante más del espectáculo futbolístico de cada fin de semana.

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